Es muy interesante observar cómo el cambio tecnológico afecta el comportamiento de la gente, lejos de un origen en un cambio de mentalidad social, sino como producto de una mercancía. Los celulares se han convertido en una nueva forma de cerebro portátil, refiriéndome a cerebro como un organizador de la información, receptor de señales y emisor de las mismas. Los celulares, aunque no han perdido su utilidad original en mantener una comunicación telefónica portátil, ha modificado su configuración.
He llegado a observar cómo los jóvenes usan el celular como cámara fotográfica, levantando su brazo y sonriendo hacia ella. Foto tras foto tras foto, se pierden en un gran archivo; esa tecnología ha permitido que las fotos sean tomadas con el único propósito de ser guardadas y no verse. El celular almacena a su vez archivos de sonido, especialmente música, a veces con la capacidad de no sólo ofrecerla a una sola persona a través de audífonos, sino con bocinas de una potencia variable. La capacidad de almacenamiento es tal, que la totalidad de las canciones rara vez pueden llegar a ser escuchadas a menos que sea el éxito del momento o aquellas favoritas de la persona.
Su capacidad de captar imagen, sonido y video parece darle vida o un significado a la máquina. La herramienta de la comunicación certera poco a poco va olvidándose y se configura como un modo de vida. Ese modo de vida individualista en realidad está hecho para ser un modo de vida social. Tal como en el cigarro, existen las personas que debidamente muestran su música ante los demás, así como el tono más “gracioso” que pueda despertar una sonrisa al de a lado, donde ahora la incomodidad por dichas actitudes es extrañamente vista.
El celular terminará mezclado, fusionado con el resto de posibilidades tecnológicas que demande el mercado en aparatos pequeños o gadgets. Tal como en Estados Unidos el Iphone fue un producto que requirió de la espera obsesiva de compradores fuera de las tiendas como si fuera el primer concierto de los Beatles resucitados y con Nirvana regresados de la muerte como teloneros.
En la sociedad de consumo, el individualismo guía a la persona, pero quedaría perdida en sí misma sin un significado social que le de sentido a su vida y sus acciones.
He llegado a observar cómo los jóvenes usan el celular como cámara fotográfica, levantando su brazo y sonriendo hacia ella. Foto tras foto tras foto, se pierden en un gran archivo; esa tecnología ha permitido que las fotos sean tomadas con el único propósito de ser guardadas y no verse. El celular almacena a su vez archivos de sonido, especialmente música, a veces con la capacidad de no sólo ofrecerla a una sola persona a través de audífonos, sino con bocinas de una potencia variable. La capacidad de almacenamiento es tal, que la totalidad de las canciones rara vez pueden llegar a ser escuchadas a menos que sea el éxito del momento o aquellas favoritas de la persona.
Su capacidad de captar imagen, sonido y video parece darle vida o un significado a la máquina. La herramienta de la comunicación certera poco a poco va olvidándose y se configura como un modo de vida. Ese modo de vida individualista en realidad está hecho para ser un modo de vida social. Tal como en el cigarro, existen las personas que debidamente muestran su música ante los demás, así como el tono más “gracioso” que pueda despertar una sonrisa al de a lado, donde ahora la incomodidad por dichas actitudes es extrañamente vista.
El celular terminará mezclado, fusionado con el resto de posibilidades tecnológicas que demande el mercado en aparatos pequeños o gadgets. Tal como en Estados Unidos el Iphone fue un producto que requirió de la espera obsesiva de compradores fuera de las tiendas como si fuera el primer concierto de los Beatles resucitados y con Nirvana regresados de la muerte como teloneros.
En la sociedad de consumo, el individualismo guía a la persona, pero quedaría perdida en sí misma sin un significado social que le de sentido a su vida y sus acciones.
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