La vida está llena de misterios, los cuales le dan sentido a ese recorrido que hacemos mientras podamos sentirlo. Uno de ellos, quizás de los más enigmáticos, es la muerte. Lo que quizá sea el mayor misterio es en sí, más allá del cuerpo, es qué que sucede con la conciencia. La muerte ha sido identificada como lo contrario a la vida, cuando en realidad es un proceso que forma parte de la misma. Y me refiero no sólo a la vida biológica que implica el funcionamiento y reproducción de células, sino a la vida social del humano, que implica el funcionamiento y reproducción de prácticas, sistemas y/o estructuras. A la muerte se le ha dedicado una infinidad de prácticas en casi, sino es que en todas las culturas que han existido.
La imaginación de los vivos da un vuelo y recorrido redondo e infinito, dándole ese sentido a la vida, donde las acciones son las que prevalecen. Conocemos cómo algunas religiones piensan en el más allá como un lugar donde se hará justicia por lo que se hizo en vida; otras piensan en la trascendencia y así variaciones de las mismas. En algunos pueblos de África existe una forma interesante de pensar la muerte, donde el castigo a aquellos que no siguieron las reglas en vida es el ser olvidados por la comunidad y su recuerdo perdido a través de las generaciones es lo que finalmente será la consecuencia de sus acciones en vida.
Y es esa la importancia de la muerte, más allá del hecho que implica el cese de funciones biológicas de un cuerpo, es el ritual de congregación y socialización que los vivos hacen después (y a veces antes cuando se puede anticipar). Ante una sociedad moderna y posmoderna, donde la variedad de creencias es ahora algo tan común, la variedad de pensamiento también involucra a aquellos individualistas que queremos vivir la muerte del otro bajo diferentes prácticas sociales (o individuales).
Pero el duelo que muchos prefieren tener privado, aún es víctima de los acosos de los colectivistas que desean que se comparta con ellos bajo sus propias reglas sin cuestionar. La muerte es uno de los eslabones aún ambiguos de la idea moderna de individualismo y una de las excepciones a la regla, aunque claro, estoy hablando de reglas sobre las mismas que se contraponen y no indican una jerarquía de acciones que seguir, por lo cual se fragmentan.
A final de cuentas, lo que trato de decir es que a pesar de ser nosotros dueños de nuestros sentimientos, la sociedad aún exige el compartirlos, comportarse, expresarse y reaccionar con pautas comunes ante uno de los hechos que a pesar de su impacto es de lo más normal, la muerte. Uno piensa que las acciones y enseñanzas son lo que cuentan, preocuparnos por un cuerpo inerte a veces pudiera parecer innecesario sin pensamos que el fallecido, al no estar presente simplemente no ha de importar lo que se haga con él; pero obviamente (o quizás no) no es por él, es por nosotros mismos que hacemos todo lo que hacemos cuando alguien muere, independientemente de qué sea eso que hagamos y creamos.
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