22/2/10

Los manierismos del cafetero

No hay nada más rico que un capuchino por la mañana. Bueno, tal vez, si no fuera por esa falta de higiene del sueño. El estrés de la ciudad es tan fuerte que pareciera que debemos apoyarnos en algo que nos mantenga en pie. El café, una droga legal y ligera, como todas las demás se vuelve un aspecto social de encuentro, de plática, de deguste y disfrute.

Aquel aficionado al café no lo puede negar, es un placer. ¿Pero cómo comienza tal cosa? De manera muy parecida al cigarro y el alcohol. Es una manera de sentirse incluido, de una transición en el desarrollo de la vida. Obviamente, el tomar café implica un ritual de manierismos. Por ejemplo, llevar el café en el antebrazo, pegado a un costado del cuerpo, mientras las manos son usadas para llevar algunos papeles. Pero en un momento, el cafetero se detiene y toma un sorbo, mirando hacia la infinitud del ángulo donde los ojos no se encuentran.

La ligera adicción es obvia, pero no molesta. Es recurrente mientras el cafetero dependa del producto a tener mejores hábitos de resistencia al sueño. La salida más fácil es la mejor, pero también con las mayores consecuencias. Gastritis y falta de sueño, como lo más común. No suena tan grave. Lo grave del cafetero es la demostración de su debilidad, del conformismo de la modernidad, de la pereza y disciplina. Eso sí, la opción descafeinada siempre logra la atención de todos los cafeteros, quienes piensan de ese bebedor un débil, irónicamente.

El cafetero colecciona tazas para café y es celoso de darles ese único uso. Comprar cafetera es un mandamiento fundamental de igual manera, siempre y cuando le guste prepararlo. El aire introspectivo del café puede notarse en los manierismos, quienes lo usan para resaltar aún más su imagen, falsa o no, de intelectual.

Al final el resultado es el mismo, el placer viene con el precio de destruirnos, pero jamás pensamos en optar por otra vida, una que pudiera ser innecesario atender.

8/2/10

Crónicas del microbus: el cambio (climático) paradigmático

Me encontraba camino a casa en el camión después de un largo día lluvioso y cuando me voy preparando para bajar escuché a una señora, entre 50 y 60 años, decir más o menos lo siguiente:

El otro día estaba platicando con un señor ya grande sobre el problema de Haití, me dijo que era como Gomorra y Sodoma, que por no profesar el credo de dios, él mismo los castigó. Sin embargo, no pienso igual que él, digo, no voy a ponerme a discutir con él, es muy espiritual. Yo no creo que dios haya castigado a Haití, hay muchas criaturas inocentes viviendo ahí, ¿acaso a ellas las va a castigar? Más bien somos nosotros mismos quienes ocasionamos esto, por crear el cambio climático, por ello tenemos terremotos como estos.

A mi más humilde opinión, creo que la señora tiene razón sólo en una cosa: no hay que alegarle al viejo señor. Lo mismo hice yo con ella, excepto que puedo discutir su caso aquí en este blog, para eso lo tengo. 

Primero que nada, al parecer el cambio climático crea “¿Terremotos?????” Sé que favorece el incremento de huracanes y otro tipo de meteoros, pero no sabía que también terremotos. Supongo que el cambio climático es tan, pero tan fuerte que puede hacer que se muevan las placas tectónicas más frecuentemente, todo eso antes de derretir los polos. 

Y otro punto que hay que observar radica en el subtexto de su comentario de “criaturas inocentes”, al cual pienso se refería a “niños y niñas”. Si estoy en lo correcto (espero no estarlo), no veo diferencia alguna entre su comentario y la del señor, pues es igualmente excluyente en cuanto a las “criaturas no inocentes”. Y al final, nos vamos a fregar, sea por dios o por el nuevo paradigma, el “cambio climático”.

Uno puede decir que quizás hay mucha gente pensando esto y otras pensando cuestiones diferentes, que es irrelevante. No siempre, a veces esto es un reflejo de una mentalidad colectiva, lo representativo será otra cuestión.