Emilio llevó a Gabriel a la cocina, y un vaso de agua le ofreció. Un sorbo iba a dar cuando Emilio gritó “¡No!, ese no es el elixir, antes ponle este polvo oscuro” Gabriel se percató que era café, aquella amarga pero dulce bebida que sus padres siempre tomaban.
“Siempre quise probar” decía Gabriel a Emilio y de un sorbo acabó con el líquido. Emilio lo veía con ojos de alivio, pero Gabriel no comprendía el asunto. “Guácala, sabe horrible”, pero Emilio con tranquilidad dijo “no te preocupes, después te gustará, pero esto sólo es el primer paso a otros elixires que vendrán después” pero Gabriel seguía confuso.
“Que no te has dado cuenta Gabriel, ya era momento de que comenzaras a vivir con las reglas de éste mundo. Un mundo de números, transacciones e intereses, donde el café, el alcohol y el cigarro corren por las venas de sus habitantes. Era hora de que comenzaras a acostumbrarte, pues exiliado de nuestro mundo has quedado” Emilio parecía ser más de lo que aparentaba. “Qué mundo, de qué hablas” Gabriel preocupado estaba.
“El mundo de tu imaginación, Gabriel, son recuerdos del mundo en el que vivías, de ese mundo quedaron desterrados todos los que conoces. Todos los niños pueden recordarlo, pero tan pronto crecen, las drogas y el dinero los obligan a olvidarlo, y ahora que has dado los primeros pasos, es hora de que comiences a vivir el momento”.
Emilio pronto se desvanecía, pues su rol como amigo imaginario había acabado. En vez de él, la silueta de sus padres aparecía enfrente de los ojos del muchacho. “Gabriel, qué has hecho”, decían al unísono. Pero Gabriel sólo pensaba “aquí vamos de nuevo” y el sol de la mañana abría paso al nuevo viaje circadiano.
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