24/3/08

Un viaje diurno: el medio día

Gabriel tarde arribó, siendo victima del castigo de sus superiores, pagando por los errores que los adultos cometieron. Confundido, perdía el rastro del momento en el salón de clases. La maestra pidiendo la tarea, sus compañeros gritando los himnos de la televisión, pero él sólo fantaseaba el mundo de su alrededor. Pensaba en un lugar donde los niños gobernaran, las aves cantaran, los autos volaran y nada excepto todo fuera diversión.

Una nueva llamada de atención lo hizo regresar de ese fantástico mundo, la maestra tratando de dar la clase de matemáticas insistía en que aprendieran la nueva operación, pero Gabriel no quería vivir en un mundo de números, sino en numerosos mundos. Risas y risas se escuchaban en todas direcciones, pero el pequeño alumno no hallaba su lugar, tendría que salir por aire fresco antes de ahogarse en un mar de carne humana.

Claro que el recreo le dio esa ventaja, pero Gabriel sólo respiraba el etéreo tóxico de años de escapes y chimeneas en función diaria. No podía pedir más, pues simplemente Gabriel no sabía a quien pedir. Sus familia le imploraba a dios, pero el le imploraba a sus mayores. “¿Acaso dios contamina, acaso él se pelea con el primero que ve, acaso se enoja si no aprendo matemáticas? Yo pido a los adultos, pero me tratan como un niño, no como una persona”.

Gabriel sabía que en un solo lugar él podía ser dios, un adulto, una persona, en su fantástica imaginación…

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