25/2/08

Curso de Lengua de Señas Mexicana



Para aquellos que deseen saber sobre dicha lengua, sirvo este sitio para invitar y hacer propaganda. Con esto doy inicio a una nueva modalidad en el blog, ya que poco a poco el multilinguismo ira apareciendo como otra de las temáticas, incluyendo el tiempo y el espacio propiamente dichos, además de la ficción y la vida cotidiana, inferidos a esta altura del momento. 

21/2/08

Los manierismos del fumador

El acto de fumar requiere de una serie de acciones distintivas y son ellas con las cuales podemos observar el grado de intensidad del fumador. La idea de que el cigarro es exquisito proviene de la fantasía de un adicto, pero como el nivel de adicción en un primerizo es casi nula, la reciprocidad social o la fantasía creada que se tiene del cigarro es la mejor arma que se tiene para caer.

Los fumadores primerizos tienden a mostrar facetas muy estilizadas como de una persona con un grado avanzado de madurez e intelectualidad. Cerrando ligeramente los ojos, inclinando un poco la cabeza, practican el arte de la inhalación y exhalación. Algunos incluso tratan de formar figuras con el humo, otros simplemente ignoran su alrededor queriendo mostrar poca importancia hacia ello, aunque una mirada de reojo suele delatar lo contrario.

Algunos otros buscan en el cigarro, la fantasía de la relajación, la idea del aislamiento. Muestran interés en tener un cigarro aún sin ser fisiológicamente adictos y poco a poco lo aprenden como la única manera de encontrar ese estado ideal. Pero cuando ya se es fisiológicamente adicto, la forma de fumar cambia. Ahora el interés es la nicotina y dejan de lado aquellas razones que los llevaron a su adicción. Su manera de fumar se nota ahora tan natural que el énfasis es menos intenso, pues sólo se hace por que el cuerpo lo requiere, no por que se desee que la gente lo vea a uno hacerlo.

Cuando un fumador ya adicto comienza una nueva fase de experimentación, donde por lo general se da el salto hacia otra modalidad, como lo es el puro o la pipa, la búsqueda de la impresión regresa. Vemos de nuevo los manierismos típicos de un fumador primerizo y si uno cree que la historia se detiene en el cigarro, se está equivocado, pues podemos encontrar casos similares aunque diferentes en el alcohol o incluso el café.

La sutileza de la interacción cotidiana nos ha filtrado de la observación de lo que pudiera parecer innecesario atender.

14/2/08

El mejor regalo

Hoy 14 de febrero fui testigo una vez más del ritual de consumo. Amados novios regalaban a sus parejas un globo, una rosa, un muñeco de peluche. Con el regalo, los besos, abrazos y caricias venían acompañados. Las sonrisas e ilusiones se desprendían de sus caras. Pero aunque los más jóvenes parecían tomarse muy en serio este día, otros no lo fueron tanto.

Mujeres cargando bolsas de regalos y globos gigantes tenían una cara que reflejaba la rutina en todo su esplendor. Será muy probable que dichos obsequios terminen en el olvido de la basura. A final de cuentas, se dice que el detalle es lo que importa. Si ese es el caso, ¿porqué no regalar sólo los besos, caricias y abrazos? La reciprocidad social es el mejor regalo que podemos recibir y el más barato. Incluso una sonrisa puede ser más gratificante que una simple caja de chocolates.

¿Y por qué decidir hacerlo sólo hoy, o el día de las madres, o en cada cumpleaños? ¿No sería mejor hacerlo todos los días? No sería posible, pues convertiríamos esas acciones en rutina y la sorpresa del contraste se perdería; y eso justamente sucede conforme creamos más y más días absurdos donde celebramos lo que tenemos todos los días, pero que hemos olvidado.

11/2/08

Las 55 caídas

Rodeado de luces parpadeantes, sonidos intensos y calles sin terminar, Julio Domínguez, el portero del viejo edificio central del gobierno, vivía en soledad. Recién había enviudado y pocas veces era visitado por sus hijos. Se decía a sí mismo “Ya tuve suficiente vida en este mundo”. No estaba acostumbrado a los excesos sensitivos del presente y soñaba con regresar a ese pasado dorado lleno de ilusiones.

Su jubilación estaba casi por llegar, y junto con ello la llegada de una nueva tecnología de seguridad pretendía reemplazar los servicios que tantos años él otorgó. El viejo se preguntaba cómo había llegado a ése momento y recordó. “Cuando era joven, me ilusionaba tanto llegar al mundo de los grandes, de ser alguien, alguien importante, pero cuando lo logré, me di cuenta de que todo lo que había sacrificado por ser ese alguien había desaparecido en mi decisión”. Tantos años de trabajo y experiencia le valieron una gran posición en su sociedad, de la cual sólo él quedaba como único vestigio de ese pasado.

Julito, su nieto, hacía visitas ocasionales al viejo. “Abuelo, ¿qué quieres hacer en tu cumpleaños?”, preguntó el chiquillo. “Julito, hay tantas cosas que quiero hacer, pero la edad ya no me lo permite”, replicó el viejo. “Siempre hay algo que puedes hacer, créeme, y sabes muy bien que yo puedo ayudar en ello”, decía con mucho animo Julito. Dejándose convencer, el viejo le pidió una aventura en paracaídas.

“Abuelo, pensé que podías pedir más, pero si es tan simple tu deseo, lo haré con gusto”. Quedando de acuerdo, llegó el momento en que ambos se embarcaron a la aventura. El viejo tomó su equipo, se preparó y como si fuera todo un profesional se lanzó al vacío. La sensación del aire, la vista y la gravedad eran únicas. Llegando sano y salvo al suelo, el viejo decidió volver a la acción y repetir la experiencia.

La felicidad le inundaba el cuerpo, pero al llegar de su quincuagésima quinta caída, el viejo le dijo a Julito. “Gracias hijo, me has hecho un hombre feliz, aunque sólo por esta hora. Quisiera que pudiéramos hacerlo de verdad y no en ésta simulación virtual contigo al otro lado del mundo”. Y el chico expresó “Abuelo, sabes muy bien que a tus 110 años de edad y con tu reciente jubilación no estas en condición ya de salir de casa. Pero siempre tendrás mi compañía, aunque sea esta simulación de imagen y voz mía”.

Don Julio Domínguez VII, atendía el funeral de su abuelo, vía satélite. Su esposa le dio un fuerte abrazo diciendo “Lamento mucho la muerte de tu abuelo, Julio, no sé que habrá pasado por su cabeza al querer lanzarse al precipicio sin abrir su paracaídas”. Pero Julio decía “Casi no conocí a mi abuelo, pero lo único que llegué a saber de él fue que en su niñez él y su propio abuelo jugaban lo mismo en simuladores virtuales, pero que después de que su viejo muriera, él siempre dijo lo muy arrepentido que estaba de no haberle concedido un último deseo, una caída real”.

6/2/08

Cultura tecno: la revolución del celular

Hace años mi padre me contó que hubiera deseado tener un teléfono celular cuando mi abuelo, allá por los años ochenta, estaba internado en el hospital, pues con eso podría estar al pendiente y acudir ante cualquier emergencia. Todavía en mis años de educación básica me tocó vivir en aulas fuera de comunicación personal. Durante gran parte de los años noventa, tener un celular, era un lujo. Los precios comenzaron a ser accesibles y la comercialización tuvo su auge los últimos años de esa década.

A finales del bachillerato y principios de la licenciatura, no me fue extraño notar a casi todos mis conocidos con algún aparato telefónico. Originalmente, yo prefería no portar tal tecnología, era un peso extra no sólo físicamente, sino una responsabilidad por traer una cosa de alto valor a la vista de cualquiera. Tuve que ceder a petición de mi madre, quien descubrió en ello la mejor oportunidad de estar al pendiente de mí. Sin embargo, esa cuestión interrumpiría mi privacidad, y provocaría en mi la sensación de vigilancia innecesaria, pues muchos años de mi vida no tuve ningún problema en cuidarme solo.

La verdadera revolución no sólo fue en mi vida, sino en la vida de todos a mi alrededor. Poco a poco, las políticas comerciales de las compañías telefónicas influirian en la vida interpersonal de la gente. En las aulas, poco a poco los teléfonos sonaban. Antes de la llegada del celular, las clases sólo eran interrumpidas por la broma de algún gracioso, los ataques de locura del docente o el timbre de aviso a simulacro o recreo.

En el arribo tecnológico, los salones ocasionalmente se llenaban de tonos a mitad de la clase. Usualmente, quien llamaba era la madre del chico o chica para saber cómo estaba, tal como la mía; pues al llegar el celular, por alguna razón, la preocupación por el estado de bienestar del niño, quien pudo llevarla muy bien años antes, se creaba conforme la máquina se disponía.

Los maestros, furiosos ante un nuevo distractor, ordenaban a sus alumnos apagar el celular. Pero la tecnología evoluciona y se adapta, así que la modalidad de vibrador apareció. Con ello, las llamadas podían hacerse sin temor a que el tono del celular interrumpiera. Los maestros, ahora permitían a sus alumnos tener prendidos sus celulares, siempre y cuando fuera en modo vibrador.

Los teléfonos, dicho anteriormente, eran un peso extra y de gran volumen, así que se guardaban en las bolsas o mochilas personales, lo cual hizo volver a la necesidad de mantener el tono encendido. Los aparatos reducieron su tamaño, mas la costumbre de tenerlos fuera tardaría un poco más en reajustarse. El vibrador fue un fracaso, no siendo así la comercialización de tonos. Poco a poco, un nuevo tono salía al mercado, con lo cual el celular pasó de ser un regulador de la comunicación certera interpersonal a un modo de expresión individual, previamente dictaminado por los tonos ofrecidos al mercado en un inicio. 

Los maestros eran ahora asediados en sus clases por una oleada de tonos que hacían más ruido que las pláticas entre alumnos. Pero quizás la victoria del celular llegó cuando los mismos maestros fueron interrumpidos por sus propias máquinas, sólo para dar los buenos días a su familia, aunque estuvieran a mitad de un examen final.

Y fue así que una creación del humano terminó creando al humano mismo

La discusión sigue en La revolución del celular 2.

2/2/08

Crónicas del microbús: sistema vestibular mexicano

El otro día me quedé pensando en la maniobrable agilidad, coordinación y gran sentido de indiferencia al peligro de los mexicanos, al menos los de la Ciudad de México. En un microbús manejado por el cafre más irrespetuoso e inconsciente de las reglas de tránsito que hace darnos un viaje con más adrenalina que cualquier montaña rusa, podemos encontrar a señoras tejiendo un reboso o una bufanda con tremendas agujas.

Debo decir que la habilidad que presentan ellas de poder tejer al ritmo del paseo a 80 km por hora sin cometer errores es digno de asombro. Hasta la fecha no he escuchado de algún accidente por ello, pero considero muy peligroso ese tipo de prácticas dentro de un recorrido de por sí inseguro.

Otra gran hazaña es el poder comer mientras se está parado, esquivando los golpes de la gente que se recorre mientras el suelo vibra como en un terremoto. Aunque los gustos varían, las papas a la francesa con una salsa catsup y queso derretido de olores muy intensos suelen ser uno de los aperitivos más recurrentes. Y aún así, pocas veces puedo notar alguna mancha en la ropa o caída de la comida al suelo.

Pero quizás lo más sorprendente es observar cómo personas con alguna discapacidad motora, especialmente aquellas que suben al camión a pedir dinero, mantienen un equilibrio tal, que ni los enfrenones más agresivos pueden acabar con sus aparentes “frágiles” cuerpos.

A veces las cosas más rutinarias para unos, suelen ser las más extraordinarias para otros.