No hay nada más rico que un capuchino por la mañana. Bueno, tal vez, si no fuera por esa falta de higiene del sueño. El estrés de la ciudad es tan fuerte que pareciera que debemos apoyarnos en algo que nos mantenga en pie. El café, una droga legal y ligera, como todas las demás se vuelve un aspecto social de encuentro, de plática, de deguste y disfrute.
Aquel aficionado al café no lo puede negar, es un placer. ¿Pero cómo comienza tal cosa? De manera muy parecida al cigarro y el alcohol. Es una manera de sentirse incluido, de una transición en el desarrollo de la vida. Obviamente, el tomar café implica un ritual de manierismos. Por ejemplo, llevar el café en el antebrazo, pegado a un costado del cuerpo, mientras las manos son usadas para llevar algunos papeles. Pero en un momento, el cafetero se detiene y toma un sorbo, mirando hacia la infinitud del ángulo donde los ojos no se encuentran.
La ligera adicción es obvia, pero no molesta. Es recurrente mientras el cafetero dependa del producto a tener mejores hábitos de resistencia al sueño. La salida más fácil es la mejor, pero también con las mayores consecuencias. Gastritis y falta de sueño, como lo más común. No suena tan grave. Lo grave del cafetero es la demostración de su debilidad, del conformismo de la modernidad, de la pereza y disciplina. Eso sí, la opción descafeinada siempre logra la atención de todos los cafeteros, quienes piensan de ese bebedor un débil, irónicamente.
El cafetero colecciona tazas para café y es celoso de darles ese único uso. Comprar cafetera es un mandamiento fundamental de igual manera, siempre y cuando le guste prepararlo. El aire introspectivo del café puede notarse en los manierismos, quienes lo usan para resaltar aún más su imagen, falsa o no, de intelectual.
Al final el resultado es el mismo, el placer viene con el precio de destruirnos, pero jamás pensamos en optar por otra vida, una que pudiera ser innecesario atender.
Aquel aficionado al café no lo puede negar, es un placer. ¿Pero cómo comienza tal cosa? De manera muy parecida al cigarro y el alcohol. Es una manera de sentirse incluido, de una transición en el desarrollo de la vida. Obviamente, el tomar café implica un ritual de manierismos. Por ejemplo, llevar el café en el antebrazo, pegado a un costado del cuerpo, mientras las manos son usadas para llevar algunos papeles. Pero en un momento, el cafetero se detiene y toma un sorbo, mirando hacia la infinitud del ángulo donde los ojos no se encuentran.
La ligera adicción es obvia, pero no molesta. Es recurrente mientras el cafetero dependa del producto a tener mejores hábitos de resistencia al sueño. La salida más fácil es la mejor, pero también con las mayores consecuencias. Gastritis y falta de sueño, como lo más común. No suena tan grave. Lo grave del cafetero es la demostración de su debilidad, del conformismo de la modernidad, de la pereza y disciplina. Eso sí, la opción descafeinada siempre logra la atención de todos los cafeteros, quienes piensan de ese bebedor un débil, irónicamente.
El cafetero colecciona tazas para café y es celoso de darles ese único uso. Comprar cafetera es un mandamiento fundamental de igual manera, siempre y cuando le guste prepararlo. El aire introspectivo del café puede notarse en los manierismos, quienes lo usan para resaltar aún más su imagen, falsa o no, de intelectual.
Al final el resultado es el mismo, el placer viene con el precio de destruirnos, pero jamás pensamos en optar por otra vida, una que pudiera ser innecesario atender.