18/8/08

Crónicas del microbús: tierra de nadie… sí, del conductor

La calle, el último lugar en donde la gente puede caminar en la dirección que le apetece debido a ser lo más cercano a un lugar compartido a causa de las fragmentaciones del espacio. La calle sin embargo es reclamada; un ejemplo puede ser el caso de los microbuseros de la Ciudad de México. El chofer una vez en su máquina hace suyas las leyes de transito según le convenga. El poderío recae en su baja educación que no le permite ser consciente de los límites sociales comunales, también en saber que la falta de regulación en las calles y avenidas le da la libertad y la magnitud del tamaño de su transporte y el hecho de no ser a veces propietario del mismo le permite tomar riesgos aventureros, que lamentamos todos los demás.

Al interior del camión las leyes son aún más duras para sus pasajeros, donde ni siquiera un reglamento existe para impedir que el sonido estridente de una música de mal gusto invada los oídos. El equipo de sonido amplifica los bajos y muchas veces son colocados en la parte trasera del camión. Sin embargo, un arma aún más poderosa es el de la gente sometida, esa actitud sumisa que impide un motín al interior. Claro está la ley del chofer, la de aquel con menos educación y posiblemente menor nivel intelectual que cualquiera de sus más humildes pasajeros.

Es cierto, no hay que generalizar, pero ante una mayoría encasillada deberíamos de sentirnos orgullosos cuando nos encontramos con un autobús limpio, con un chofer respetuoso y amable que conduce con prudencia. Yo diría que ellos son leyenda, héroes anónimos de la ciudad y de sus calles. Si algún día llegan a conocer a uno siéntanse más orgullosos que cuando conocen a sus ídolos otorga-autógrafos.

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