Cuando René descartaba algunos documentos, se encontró con un oficio que pronto llamó su atención. La póliza de seguro tenía de beneficiara a Ana Fuentes, hija de de Don Gustavo Fuentes, quien había fallecido en un accidente en su automóvil hacía ya meses. Aunque las políticas de seguimiento de clientes ya no eran activas para esas épocas, René, como detective de seguros, pensó que podría tomar la oportunidad de hacer llegar el dinero a la chica y así limpiar su nombre de una aparente acusación por fraude años atrás.
“Tal vez la chica nunca supo que era beneficiaria”, pensó, pero llegando a la casa cuya dirección era oficial según los papeles, encontró un lugar abandonado, con un par de drogadictos casi muertos tirados en el piso de su interior. Telarañas, ratas, paredes húmedas y polvo denotaban la poca presencia de alguien en mucho tiempo. René pensó que tal vez se había mudado, o peor aún, que habría desaparecido o muerto también.
No le fue difícil encontrar a otros familiares y amigos de la familia, tratando de encontrar en ellos la respuesta de su paradero. Pero una sorpresa se avecinaba ante René: nadie conocía a Ana. Todos parecían negar su existencia, algo que él suponía era muy sospechoso.
Decidió buscar al último contacto de su lista, el hermano de Don Gustavo, el viejo señor Alberto, a quien no le fue difícil encontrar. René se presentó ante el viejo, preguntando por Ana, pero no parecía saber de qué estaba hablando el hombre. “¿Quién es Ana?” preguntó el viejo Alberto, “Es su sobrina señor, la hija de Gustavo Fuentes”, afirmó René. Pero el viejo negó conocerla, e incluso mencionó que su hermano jamás tuvo hijos.
René mostró la póliza donde Don Gustavo había dejado todo a su hija Ana, pero aún así, el señor Alberto pensó que se trataba de alguna broma, o de algún deseo que jamás admitió y supuso implantar su fantasía en papel solamente. René pensó lo mismo y creyó que quizás era inútil seguir en el caso, cuando de pronto notó en la sala de la casa del viejo una fotografía, donde había un par de jóvenes. Una de ellos era mujer, una joven y bella mujer, de cabellos rubios teñidos y ojos claros, con una sonrisa hermosa a pesar de tener un par de dientes chuecos. Pensó que se trataba de ella, pues el señor Alberto no la reconoció.
“Es mi hijo, Miguel, pero no conozco a la chica de la fotografía” decía el viejo. René pensó que tal vez el joven era la clave para encontrar a la chica. Ya que el chico no estaba en su lista de contactos, le pidió sus datos al viejo. “El no vive en la ciudad, pero podemos hablarle por teléfono” decía el señor Alberto, quien pronto hizo contacto con él. “Hola hijo, ¿cómo te has portado? Tengo a un señor de unos seguros y busca a una tal Ana Fuentes, ¿tú sabes quien podría ser?, tu tío la mencionó como su hija, ¿qué sabes al respecto? Y en un momento de pausa, “Dice que quiere hablar con usted”.
René tomó el teléfono y una expresión sorpresiva en su cara apareció cuando escuchó a Miguel decirle por el auricular “Usted no sabe, pero nadie recuerda a Ana, nadie recuerda a Ana, lo único que queda de ella es la fotografía que tiene usted en sus manos”.
“Tal vez la chica nunca supo que era beneficiaria”, pensó, pero llegando a la casa cuya dirección era oficial según los papeles, encontró un lugar abandonado, con un par de drogadictos casi muertos tirados en el piso de su interior. Telarañas, ratas, paredes húmedas y polvo denotaban la poca presencia de alguien en mucho tiempo. René pensó que tal vez se había mudado, o peor aún, que habría desaparecido o muerto también.
No le fue difícil encontrar a otros familiares y amigos de la familia, tratando de encontrar en ellos la respuesta de su paradero. Pero una sorpresa se avecinaba ante René: nadie conocía a Ana. Todos parecían negar su existencia, algo que él suponía era muy sospechoso.
Decidió buscar al último contacto de su lista, el hermano de Don Gustavo, el viejo señor Alberto, a quien no le fue difícil encontrar. René se presentó ante el viejo, preguntando por Ana, pero no parecía saber de qué estaba hablando el hombre. “¿Quién es Ana?” preguntó el viejo Alberto, “Es su sobrina señor, la hija de Gustavo Fuentes”, afirmó René. Pero el viejo negó conocerla, e incluso mencionó que su hermano jamás tuvo hijos.
René mostró la póliza donde Don Gustavo había dejado todo a su hija Ana, pero aún así, el señor Alberto pensó que se trataba de alguna broma, o de algún deseo que jamás admitió y supuso implantar su fantasía en papel solamente. René pensó lo mismo y creyó que quizás era inútil seguir en el caso, cuando de pronto notó en la sala de la casa del viejo una fotografía, donde había un par de jóvenes. Una de ellos era mujer, una joven y bella mujer, de cabellos rubios teñidos y ojos claros, con una sonrisa hermosa a pesar de tener un par de dientes chuecos. Pensó que se trataba de ella, pues el señor Alberto no la reconoció.
“Es mi hijo, Miguel, pero no conozco a la chica de la fotografía” decía el viejo. René pensó que tal vez el joven era la clave para encontrar a la chica. Ya que el chico no estaba en su lista de contactos, le pidió sus datos al viejo. “El no vive en la ciudad, pero podemos hablarle por teléfono” decía el señor Alberto, quien pronto hizo contacto con él. “Hola hijo, ¿cómo te has portado? Tengo a un señor de unos seguros y busca a una tal Ana Fuentes, ¿tú sabes quien podría ser?, tu tío la mencionó como su hija, ¿qué sabes al respecto? Y en un momento de pausa, “Dice que quiere hablar con usted”.
René tomó el teléfono y una expresión sorpresiva en su cara apareció cuando escuchó a Miguel decirle por el auricular “Usted no sabe, pero nadie recuerda a Ana, nadie recuerda a Ana, lo único que queda de ella es la fotografía que tiene usted en sus manos”.