Tenía ya años de estar a dieta, que finalmente lo que comía no lo consideraba un “estado pasajero” como suele entenderse, sino simplemente mi alimentación habitual. Cuándo ordené una ensalada de atún en un restaurante, lo primero que me dijo la mesera antes de siquiera confirmar la orden fue “ah claro, para no engordar”, como si fuera un capricho y no una verdadera decisión.
Y así me encuentro ante el mundo bizarro de nuevo, como me es de costumbre. Me he puesto mucho a reflexionar como el papel de la comida sigue siendo una cuestión de orden social más que un hábito nutricional. En el mundo en el que vivimos actualmente, al menos en sociedades occidentales industrializadas, tenemos ciertas actitudes hacia nuestra alimentación diferidas pero con cierta constancia.
Por un lado la cantidad y el tipo de comida que consumimos excede las calorías y nutrientes que necesitamos, por lo cual comemos más por placer que por necesidad. Ese placer se ha sobrevaluado a través del tiempo y hasta cierto punto, salirse del parámetro trae consigo cierto tipo de rechazo en la sociedad.
El rechazo no es el hecho de que las personas cercanas sientan curiosidad y extrañeza ante alguien que no consume cierto tipo de alimentos, sino es el rechazo de la industria alimenticia la que realmente afecta a la gente que ha decidido hacer de su vida una más saludable, ya que la gran mayoría de los productos son de baja calidad nutricional. Es entonces que salieron al mercado los productos “light”, que no necesariamente son saludables, sino que en realidad contienen un poco menos nocividad que los “normales”.
En las sociedades industriales, alguien que sigue una dieta “saludable” es aquel que consume productos “Light”, pero en realidad dista mucho de su objetivo. El ser saludable es ahora una cuestión de libertad de elección, la cual al final está condicionada ante una verdadera mala alimentación producto tanto de malos hábitos alimenticios de la población como de pocas opciones en el mercado.
La verdadera “buena alimentación” es más radical de lo que uno imagina, donde lo sabroso que conocemos difícilmente entraría en nuestras bocas. En el mundo moderno la autodestrucción es lo que prevalece y no seguir ese patrón es una anomia. El no fumar, beber alcohol y comer “verdaderamente saludable”, así como hacer ejercicio y otros hábitos en pro de la salud son parte de un no necesariamente selecto grupo, sino una minoría que bien puede sentirse orgullosa de sus logros pero fracasada ante un mundo en el cual la exclusión es lo más habitual.
Y así me encuentro ante el mundo bizarro de nuevo, como me es de costumbre. Me he puesto mucho a reflexionar como el papel de la comida sigue siendo una cuestión de orden social más que un hábito nutricional. En el mundo en el que vivimos actualmente, al menos en sociedades occidentales industrializadas, tenemos ciertas actitudes hacia nuestra alimentación diferidas pero con cierta constancia.
Por un lado la cantidad y el tipo de comida que consumimos excede las calorías y nutrientes que necesitamos, por lo cual comemos más por placer que por necesidad. Ese placer se ha sobrevaluado a través del tiempo y hasta cierto punto, salirse del parámetro trae consigo cierto tipo de rechazo en la sociedad.
El rechazo no es el hecho de que las personas cercanas sientan curiosidad y extrañeza ante alguien que no consume cierto tipo de alimentos, sino es el rechazo de la industria alimenticia la que realmente afecta a la gente que ha decidido hacer de su vida una más saludable, ya que la gran mayoría de los productos son de baja calidad nutricional. Es entonces que salieron al mercado los productos “light”, que no necesariamente son saludables, sino que en realidad contienen un poco menos nocividad que los “normales”.
En las sociedades industriales, alguien que sigue una dieta “saludable” es aquel que consume productos “Light”, pero en realidad dista mucho de su objetivo. El ser saludable es ahora una cuestión de libertad de elección, la cual al final está condicionada ante una verdadera mala alimentación producto tanto de malos hábitos alimenticios de la población como de pocas opciones en el mercado.
La verdadera “buena alimentación” es más radical de lo que uno imagina, donde lo sabroso que conocemos difícilmente entraría en nuestras bocas. En el mundo moderno la autodestrucción es lo que prevalece y no seguir ese patrón es una anomia. El no fumar, beber alcohol y comer “verdaderamente saludable”, así como hacer ejercicio y otros hábitos en pro de la salud son parte de un no necesariamente selecto grupo, sino una minoría que bien puede sentirse orgullosa de sus logros pero fracasada ante un mundo en el cual la exclusión es lo más habitual.