Hace años mi padre me contó que hubiera deseado tener un teléfono celular cuando mi abuelo, allá por los años ochenta, estaba internado en el hospital, pues con eso podría estar al pendiente y acudir ante cualquier emergencia. Todavía en mis años de educación básica me tocó vivir en aulas fuera de comunicación personal. Durante gran parte de los años noventa, tener un celular, era un lujo. Los precios comenzaron a ser accesibles y la comercialización tuvo su auge los últimos años de esa década.
A finales del bachillerato y principios de la licenciatura, no me fue extraño notar a casi todos mis conocidos con algún aparato telefónico. Originalmente, yo prefería no portar tal tecnología, era un peso extra no sólo físicamente, sino una responsabilidad por traer una cosa de alto valor a la vista de cualquiera. Tuve que ceder a petición de mi madre, quien descubrió en ello la mejor oportunidad de estar al pendiente de mí. Sin embargo, esa cuestión interrumpiría mi privacidad, y provocaría en mi la sensación de vigilancia innecesaria, pues muchos años de mi vida no tuve ningún problema en cuidarme solo.
La verdadera revolución no sólo fue en mi vida, sino en la vida de todos a mi alrededor. Poco a poco, las políticas comerciales de las compañías telefónicas influirian en la vida interpersonal de la gente. En las aulas, poco a poco los teléfonos sonaban. Antes de la llegada del celular, las clases sólo eran interrumpidas por la broma de algún gracioso, los ataques de locura del docente o el timbre de aviso a simulacro o recreo.
En el arribo tecnológico, los salones ocasionalmente se llenaban de tonos a mitad de la clase. Usualmente, quien llamaba era la madre del chico o chica para saber cómo estaba, tal como la mía; pues al llegar el celular, por alguna razón, la preocupación por el estado de bienestar del niño, quien pudo llevarla muy bien años antes, se creaba conforme la máquina se disponía.
Los maestros, furiosos ante un nuevo distractor, ordenaban a sus alumnos apagar el celular. Pero la tecnología evoluciona y se adapta, así que la modalidad de vibrador apareció. Con ello, las llamadas podían hacerse sin temor a que el tono del celular interrumpiera. Los maestros, ahora permitían a sus alumnos tener prendidos sus celulares, siempre y cuando fuera en modo vibrador.
Los teléfonos, dicho anteriormente, eran un peso extra y de gran volumen, así que se guardaban en las bolsas o mochilas personales, lo cual hizo volver a la necesidad de mantener el tono encendido. Los aparatos reducieron su tamaño, mas la costumbre de tenerlos fuera tardaría un poco más en reajustarse. El vibrador fue un fracaso, no siendo así la comercialización de tonos. Poco a poco, un nuevo tono salía al mercado, con lo cual el celular pasó de ser un regulador de la comunicación certera interpersonal a un modo de expresión individual, previamente dictaminado por los tonos ofrecidos al mercado en un inicio.
Los maestros eran ahora asediados en sus clases por una oleada de tonos que hacían más ruido que las pláticas entre alumnos. Pero quizás la victoria del celular llegó cuando los mismos maestros fueron interrumpidos por sus propias máquinas, sólo para dar los buenos días a su familia, aunque estuvieran a mitad de un examen final.
Y fue así que una creación del humano terminó creando al humano mismo
La discusión sigue en La revolución del celular 2.
A finales del bachillerato y principios de la licenciatura, no me fue extraño notar a casi todos mis conocidos con algún aparato telefónico. Originalmente, yo prefería no portar tal tecnología, era un peso extra no sólo físicamente, sino una responsabilidad por traer una cosa de alto valor a la vista de cualquiera. Tuve que ceder a petición de mi madre, quien descubrió en ello la mejor oportunidad de estar al pendiente de mí. Sin embargo, esa cuestión interrumpiría mi privacidad, y provocaría en mi la sensación de vigilancia innecesaria, pues muchos años de mi vida no tuve ningún problema en cuidarme solo.
La verdadera revolución no sólo fue en mi vida, sino en la vida de todos a mi alrededor. Poco a poco, las políticas comerciales de las compañías telefónicas influirian en la vida interpersonal de la gente. En las aulas, poco a poco los teléfonos sonaban. Antes de la llegada del celular, las clases sólo eran interrumpidas por la broma de algún gracioso, los ataques de locura del docente o el timbre de aviso a simulacro o recreo.
En el arribo tecnológico, los salones ocasionalmente se llenaban de tonos a mitad de la clase. Usualmente, quien llamaba era la madre del chico o chica para saber cómo estaba, tal como la mía; pues al llegar el celular, por alguna razón, la preocupación por el estado de bienestar del niño, quien pudo llevarla muy bien años antes, se creaba conforme la máquina se disponía.
Los maestros, furiosos ante un nuevo distractor, ordenaban a sus alumnos apagar el celular. Pero la tecnología evoluciona y se adapta, así que la modalidad de vibrador apareció. Con ello, las llamadas podían hacerse sin temor a que el tono del celular interrumpiera. Los maestros, ahora permitían a sus alumnos tener prendidos sus celulares, siempre y cuando fuera en modo vibrador.
Los teléfonos, dicho anteriormente, eran un peso extra y de gran volumen, así que se guardaban en las bolsas o mochilas personales, lo cual hizo volver a la necesidad de mantener el tono encendido. Los aparatos reducieron su tamaño, mas la costumbre de tenerlos fuera tardaría un poco más en reajustarse. El vibrador fue un fracaso, no siendo así la comercialización de tonos. Poco a poco, un nuevo tono salía al mercado, con lo cual el celular pasó de ser un regulador de la comunicación certera interpersonal a un modo de expresión individual, previamente dictaminado por los tonos ofrecidos al mercado en un inicio.
Los maestros eran ahora asediados en sus clases por una oleada de tonos que hacían más ruido que las pláticas entre alumnos. Pero quizás la victoria del celular llegó cuando los mismos maestros fueron interrumpidos por sus propias máquinas, sólo para dar los buenos días a su familia, aunque estuvieran a mitad de un examen final.
Y fue así que una creación del humano terminó creando al humano mismo
La discusión sigue en La revolución del celular 2.
1 comentario:
Miedo a estar solos con nuestros propios pensamientos; diría que queremos estar permanentemente comunicados por esta causa. Ni qué decir de los problemas de salud generados por el uso del celular. En lo personal, termino con dolor de oido y de cabeza depués de 10 minutos llamada.
Buen inico de blog. Gracias por hacerme reflexionar un ratito.
Saludos.
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