Cuenta la leyenda del pueblo de Pala Negra, a la cual debe su nombre, que un día, en medio de su centro, apareció una pala de color negro. Muchos dijeron que el mismo diablo vino en medio de la noche para cavar un agujero al infierno, pero que al ver el claro del sol huyó dejando la herramienta olvidada.
El tío Augusto contó la historia a su sobrino de igual nombre. Ya alejados de la vida campirana, vivían en la ciudad. El pequeño Augusto creció y se convirtió en un exitoso reportero. Solía visitar las más lejanas tierras y vivir muchas aventuras. Incluso fue corresponsal de guerra, pero un terrible accidente en medio de un conflicto lo dejó con un pie postizo de por vida.
Diez años después, el furor por la guerra había terminado y las historias de Augusto que ofrecía a su editor ya no solían vender el periódico como antes. Su jefe le otorgó el beneficio de la duda y le dio oportunidad de una última historia. Augusto aceptó, pensando en un retiro a su pueblo natal. Habían sido ya muchos años que no volvía a poner un pie allá, y mucho menos uno artificial.
El viejo tío Augusto había muerto también y con ello la leyenda del pueblo. Qué más quedaba que dedicarse a recrear aquel mito, a encontrar sus orígenes, eso lo inspiraría a hacer un nuevo artículo digno de impresión. Pero con lo que no contaba Augusto era que todos relataban la misma historia y ya casi nadie quedaba de aquel tiempo. Pero un día una anciana de collar de flores de tela lo encontró a él. Ella parecía ver en Augusto alguna familiaridad y se le acercó. Le dijo que ella era muy pequeña cuando la leyenda nació, pero que sabía sólo de una persona que la presenció, el viejo del monte.
Ese viejo era el típico ermitaño autosuficiente, lejos incluso de la vida de un pueblo rural, nadie lo había visto en años; pero la luz del fuego de sus fogatas aún podía llegar a vislumbrarse algunas noches, lo cual indicaba que aún seguía con vida. La anciana decía que ese viejo no sólo era probablemente de las últimas personas que vivió en tiempos de la leyenda, sino que incluso pudo haber visto al demonio en persona, ya que el día del encuentro de la pala, salió corriendo al monte en desesperación.
Sin duda, Augusto iría a visitarlo. Tomó su auto y emprendió el viaje. Requirió tiempo encontrar la cabaña, pero ahí estaba el viejo, sentado en un banco afuera. Parecía muerto, así que Augusto lo intentó mover un poco, tratando de ver si aún tenía vida. Así parecía, el viejo no abrió los ojos, pero dijo las palabras “¿eres Augusto, verdad?” sorprendido, el hombre dio un salto atrás y dijo con voz temblorosa, “sí, ¿cómo lo sabe?” y el viejo respondió “te estaba esperando”….
El tío Augusto contó la historia a su sobrino de igual nombre. Ya alejados de la vida campirana, vivían en la ciudad. El pequeño Augusto creció y se convirtió en un exitoso reportero. Solía visitar las más lejanas tierras y vivir muchas aventuras. Incluso fue corresponsal de guerra, pero un terrible accidente en medio de un conflicto lo dejó con un pie postizo de por vida.
Diez años después, el furor por la guerra había terminado y las historias de Augusto que ofrecía a su editor ya no solían vender el periódico como antes. Su jefe le otorgó el beneficio de la duda y le dio oportunidad de una última historia. Augusto aceptó, pensando en un retiro a su pueblo natal. Habían sido ya muchos años que no volvía a poner un pie allá, y mucho menos uno artificial.
El viejo tío Augusto había muerto también y con ello la leyenda del pueblo. Qué más quedaba que dedicarse a recrear aquel mito, a encontrar sus orígenes, eso lo inspiraría a hacer un nuevo artículo digno de impresión. Pero con lo que no contaba Augusto era que todos relataban la misma historia y ya casi nadie quedaba de aquel tiempo. Pero un día una anciana de collar de flores de tela lo encontró a él. Ella parecía ver en Augusto alguna familiaridad y se le acercó. Le dijo que ella era muy pequeña cuando la leyenda nació, pero que sabía sólo de una persona que la presenció, el viejo del monte.
Ese viejo era el típico ermitaño autosuficiente, lejos incluso de la vida de un pueblo rural, nadie lo había visto en años; pero la luz del fuego de sus fogatas aún podía llegar a vislumbrarse algunas noches, lo cual indicaba que aún seguía con vida. La anciana decía que ese viejo no sólo era probablemente de las últimas personas que vivió en tiempos de la leyenda, sino que incluso pudo haber visto al demonio en persona, ya que el día del encuentro de la pala, salió corriendo al monte en desesperación.
Sin duda, Augusto iría a visitarlo. Tomó su auto y emprendió el viaje. Requirió tiempo encontrar la cabaña, pero ahí estaba el viejo, sentado en un banco afuera. Parecía muerto, así que Augusto lo intentó mover un poco, tratando de ver si aún tenía vida. Así parecía, el viejo no abrió los ojos, pero dijo las palabras “¿eres Augusto, verdad?” sorprendido, el hombre dio un salto atrás y dijo con voz temblorosa, “sí, ¿cómo lo sabe?” y el viejo respondió “te estaba esperando”….
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