Cuando uno viaja, lo hace en su mayor medida por placer. El placer se traduce de varias formas, sea para descansar, para conocer nuevos lugares y en general para distraernos de nuestra vida no viajera. Cuando uno viaja en una condición que implica trabajo del cual ya uno está atado a su lugar de residencia, la experiencia difícilmente se traduce como placentera de un viaje, tomando en cuenta que no se pueda dar uno una escapada de eso.
Sin embargo, cuando uno viaja, sea a eventos o a lugares, al menos yo lo hago para ampliar mi conocimiento del mundo, salirme un poco más de la esfera donde vivimos y ver realmente cómo son los estilos de vida de otras personas, así como de disfrutar de paisajes, naturales como urbanos, que es lo que realmente me da satisfacción en un viaje.
Cosas que no acostumbro ni comparto en los viajes a diferencia de otras personas es, por ejemplo, beber el alcohol local, dado que en general no bebo alcohol ni lo considero una experiencia necesaria. También probar platillos típicos de la región, claro está, que depende que los coma si contienen restricciones a mi dieta. Pero también lo es la compra de artesanías. No estoy en contra de comprar artesanías, simplemente no es algo que a mi me interese, ya que cuando viajo mi dinero tiene jerarquías, y la preferencia la tienen siempre las cosas básicas como la comida y el agua, el albergue, el transporte y las entradas a lugares. Las artesanías pasan luego a ser objetos guardados que sólo acumulan espacio innecesario, en cambio, las imágenes y experiencias siempre son bienvenidas en los recuerdos.
Pero el viajar también tiene sus consecuencias de corte negativo. Podemos encapsularlas en experiencias que también son de vital importancia, especialmente como prevención de la próxima aventura. No siempre suceden en todos los viajes, y su importancia dentro del mismo es muy variable, pero puedo enumerar las siguientes que he padecido: frío (por algunos días), falta de dinero (por algunos meses), hambre (por meses también, producto de lo anterior), reacciones alérgicas (en lugares tropicales generalmente a mosquitos, pero en lugares templados o fríos, a cosas que aún no he identificado) y finalmente la más reciente, una gripe común.
Se preguntarán en qué gravedad puede compararse una gripe común a lo anterior, bueno, he aquí la cuestión, estamos tan acostumbrados a tratar los síntomas de la gripe por el acceso a medicamentos y al reposo, que rara vez nos preocupamos qué significa tener la infección. En mi caso, comenzó simplemente como ardor en la garganta, para luego ser lo suficientemente molesta que no me dejaba hablar, para después ser un agudo dolor de oídos. Hasta aquí creo que hemos padecido lo mismo casi todos los que hemos tenido gripe, pero el dolor fue cada vez más y más intenso, que los medicamentos que atacaban los síntomas simplemente ya no funcionaban, y el dolor era tal, que tragar saliva era extremadamente doloroso.
Era tan intenso, que sentía tragar alfileres y que éstos se repartían por mi garganta y oídos. Pero la cuestión es que, esencialmente, llegué al punto en que no sólo psicológicamente no podía dormir, sino fisiológicamente hablando. Si me dormía, el reflejo de la garganta de tragar saliva se activaba y me despertaba del dolor. Dada la enfermedad, mi cuerpo reaccionó con una gran salivación, al grado que en unas 6 horas salivaba cerca de un litro. Intenté dormir de manera en que la saliva saliera de mi boca en vez de irse a mi garganta, pero la salivación era tan grande que de todos modos se iba a ese lugar, dándome una sensación aún mayor, no sólo el ardor correspondiente que ya mencioné, sino la sensación de ahogamiento.
Esta última vez viajé en grupo, en una excursión, pero veía en sus ojos cómo solamente me observaban como niño chillón, en mi mente sólo quería una cosa, ya ni siquiera hablar, ya ni si quiera librarme del dolor, sino dormir, sólo dormir. Nunca lo logré durante el viaje. Cada hora, cada segundo que faltaba para regresar a casa se hacía más grande, como una dilatación del tiempo. Poco pude disfrutar de los últimos días. Mis compañeros sólo me preguntaban “¿Todavía sigues enfermo?”, o “Ah, probrecito, tienes dos días sin dormir”, etc. Incluso en el camión, una chica venía fumando dentro, y más aún, detrás de mi asiento.
Es aquí donde me doy cuenta de que, efectivamente, uno siempre debe valerse por si mismo, pues ni siquiera podemos confiarnos de la gente, que de por si he mencionado anteriormente, es hipócrita, por ello en realidad los que ayudan sobresalen ante los demás, porque los demás no lo hacen. En total fueron 92 horas sin poder dormir, sólo 4 horas más y hubieran sido 4 días completos. Mi récord anterior fueron cerca de 32 horas y ya estaba bastante molesto por la falta de sueño, pero ésto fue casi tres veces más.
No por ello fue un mal viaje, no faltaron las experiencias de paisajes y vida cotidiana de los lugareños que siempre busco; pero de cualquier modo te enseña un poco más de la naturaleza humana, de cómo algo pequeño puede ir creciendo hasta un punto que se vuelve difícil de controlar, y el placer de viajar queda de lado ante el dolor molesto de incomodidades inesperadas.
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