He sido rechazado y discriminado por mi inteligencia e intereses académicos por mis pares, maestros y gente regular de la vida cotidiana fuera de las aulas. Pero al parecer el proyecto de la modernidad ha llegado a tal extremo que la hipocresía es tal, que incluso escuelas me han rechazado el ingreso por mis antecedentes académicos, que, independientemente del buen promedio, no llenan el perfil; un perfil fijo que no cuestione ni se desvíe de su objetivo original. Pero la novedad que me tocó recientemente fue el haber sido cuestionado y saboteado por una psicóloga, quien considero “grave” continuar con mis estudios, sin saber ni importarle mis motivaciones.
Ese es el presente, la edad oscura del conocimiento, una ingenuidad y contradicción de la sociedad, que rechaza a los intelectuales que la cuestionen, que se atrevan a pensar diferente. Pero eso no necesariamente suena extraño ni ajeno a casi cualquier momento de la historia, pero el énfasis es precisamente el hecho de que la edad moderna aparentemente premia el conocimiento. Lamentablemente ese premio es sólo para quienes crean técnicas y tecnología al servicio de las industrias, así como aquellos que se encargan de gestionarlas, lo cual fue ya mencionado hasta el cansancio anteriormente por mí.
Aquel que hace dinero es admirado y considerado normal, pero aquel que busca un sentido de la vida basado en otros proyectos es anormal; donde el dinero, si bien parte de, no es su fin único. Desgraciadamente, aquel que obtenga satisfacción existencial de actividades que no se relacionen con obtener ingresos es considerado desviado, una anomia.
Lo normal es trabajar sin cuestionar, ganar dinero y gastarlo en el consumismo, donde hipócritamente creemos que somos felices, aunque no sea cierto. Yo sé que no digo cosas nuevas, pero es una cuestión “grave” no seguir mencionándolo, pues asumir la realidad es una cosa, pero hacer algo por cambiar esa realidad es otra. Mi trabajo para cambiarla consiste al menos en compartir mi punto de vista.
Ese es el presente, la edad oscura del conocimiento, una ingenuidad y contradicción de la sociedad, que rechaza a los intelectuales que la cuestionen, que se atrevan a pensar diferente. Pero eso no necesariamente suena extraño ni ajeno a casi cualquier momento de la historia, pero el énfasis es precisamente el hecho de que la edad moderna aparentemente premia el conocimiento. Lamentablemente ese premio es sólo para quienes crean técnicas y tecnología al servicio de las industrias, así como aquellos que se encargan de gestionarlas, lo cual fue ya mencionado hasta el cansancio anteriormente por mí.
Aquel que hace dinero es admirado y considerado normal, pero aquel que busca un sentido de la vida basado en otros proyectos es anormal; donde el dinero, si bien parte de, no es su fin único. Desgraciadamente, aquel que obtenga satisfacción existencial de actividades que no se relacionen con obtener ingresos es considerado desviado, una anomia.
Lo normal es trabajar sin cuestionar, ganar dinero y gastarlo en el consumismo, donde hipócritamente creemos que somos felices, aunque no sea cierto. Yo sé que no digo cosas nuevas, pero es una cuestión “grave” no seguir mencionándolo, pues asumir la realidad es una cosa, pero hacer algo por cambiar esa realidad es otra. Mi trabajo para cambiarla consiste al menos en compartir mi punto de vista.
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