“¿Sabe entonces a qué vine, cómo?” dijo aún sorprendido el hombre, pero el viejo sólo dijo “No importa, toma mi pala, es la misma pala que fundó el pueblo” Augusto tomó una pala común y corriente que se encontraba al lado del viejo, a quien creía loco. “Regresa al pueblo, ahí encontrarás la respuesta” decía el anciano a Augusto, pero él quería más respuestas, las cuales no pudo conseguir cuando el viejo pronto regresó a ese sueño profundo del cual ni con el mayor esfuerzo se le pudo despertar.
Una tormenta se avecinaba y debía partir inmediatamente. De regreso, Augusto pensaba en volver a ver a viejo por más respuestas a la mañana siguiente, pero de pronto la lluvia comenzó a caer. El auto comenzó a calentarse y en medio del camino quedó. Tenía hambre y sed y un gran deseo de encontrar refugio. Pasaron las horas y la lluvia no cesaba. Augusto salió del auto y de pronto resbaló, y un ataque de locura lo envolvió. Sacó la pala, abrió el cofre y pronto con la herramienta golpeó con ira el motor queriendo que éste funcionara. Pero no fue así y una nube de humo logró sacar, la cual pronto la lluvia disipó.
Augusto sentía en su pie de metal la pronta llegada de los rayos. Así fue y uno de ellos a escasos metros de él cayó. En medio del camino, el hombre se encontraba, con poco conocimiento abrió paso entre el lodo y de pronto se levantó, tomó la pala y comenzó a caminar. Al llegar al pueblo éste parecía desolado, la lluvia se había calmado. Gritaba que alguien lo ayudara pero nadie salía. Cayó al suelo del cansancio y volvió a levantarse, dejando la pala en el suelo.
Una mujer acudió a su llamado y ofreció agua a Augusto. De pronto una niña, quien parecía la hija de aquella mujer se le acercó. Llevaba un collar de flores de tela como el de la anciana del otro día. Augusto de pronto se sintió confundido y le preguntó si conocía a una anciana con el mismo collar, la niña no respondió y la mujer, al escucharlos le dijo a Augusto “de qué anciana habla usted, ese collar yo lo acabo de hacer”.
Extrañado por eso, de pronto Augusto miró a su alrededor, el pueblo parecía conjuntarse en torno a algo. Se sorprendió al notar que la pala había cobrado un tono oscuro con el humo y aceite del auto, pero no se había percatado hasta ahora. Augusto de pronto pensó que estaba volviéndose loco, pero no parecía ser así. Estaba presenciando la leyenda en vida. Al ver a la pequeña no sólo pensó que había regresado en el tiempo, sino que sólo una persona podría haber sabido de todo esto: él y el viejo. En la locura sólo imaginaba que él sólo podía ser el mismo viejo, así que corrió hacia el monte en un viaje de desesperación…
… Y en el monte estaba el viejo, quien escuchaba como el auto se alejaba de su cabaña. Abrió los ojos y una figura se le acercó. Era la anciana, quien un beso en la sien le dio. Ella también volteó a ver el auto a lo lejos y con una dulce y calmada voz sólo decía “Si supiera que a su tío le hicimos la misma broma”.
Fin
Una tormenta se avecinaba y debía partir inmediatamente. De regreso, Augusto pensaba en volver a ver a viejo por más respuestas a la mañana siguiente, pero de pronto la lluvia comenzó a caer. El auto comenzó a calentarse y en medio del camino quedó. Tenía hambre y sed y un gran deseo de encontrar refugio. Pasaron las horas y la lluvia no cesaba. Augusto salió del auto y de pronto resbaló, y un ataque de locura lo envolvió. Sacó la pala, abrió el cofre y pronto con la herramienta golpeó con ira el motor queriendo que éste funcionara. Pero no fue así y una nube de humo logró sacar, la cual pronto la lluvia disipó.
Augusto sentía en su pie de metal la pronta llegada de los rayos. Así fue y uno de ellos a escasos metros de él cayó. En medio del camino, el hombre se encontraba, con poco conocimiento abrió paso entre el lodo y de pronto se levantó, tomó la pala y comenzó a caminar. Al llegar al pueblo éste parecía desolado, la lluvia se había calmado. Gritaba que alguien lo ayudara pero nadie salía. Cayó al suelo del cansancio y volvió a levantarse, dejando la pala en el suelo.
Una mujer acudió a su llamado y ofreció agua a Augusto. De pronto una niña, quien parecía la hija de aquella mujer se le acercó. Llevaba un collar de flores de tela como el de la anciana del otro día. Augusto de pronto se sintió confundido y le preguntó si conocía a una anciana con el mismo collar, la niña no respondió y la mujer, al escucharlos le dijo a Augusto “de qué anciana habla usted, ese collar yo lo acabo de hacer”.
Extrañado por eso, de pronto Augusto miró a su alrededor, el pueblo parecía conjuntarse en torno a algo. Se sorprendió al notar que la pala había cobrado un tono oscuro con el humo y aceite del auto, pero no se había percatado hasta ahora. Augusto de pronto pensó que estaba volviéndose loco, pero no parecía ser así. Estaba presenciando la leyenda en vida. Al ver a la pequeña no sólo pensó que había regresado en el tiempo, sino que sólo una persona podría haber sabido de todo esto: él y el viejo. En la locura sólo imaginaba que él sólo podía ser el mismo viejo, así que corrió hacia el monte en un viaje de desesperación…
… Y en el monte estaba el viejo, quien escuchaba como el auto se alejaba de su cabaña. Abrió los ojos y una figura se le acercó. Era la anciana, quien un beso en la sien le dio. Ella también volteó a ver el auto a lo lejos y con una dulce y calmada voz sólo decía “Si supiera que a su tío le hicimos la misma broma”.
Fin
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