Traducción del texto "La tutmondiĝo tempiĝita".
El fenómeno que conocemos como globalización no es algo que sea presente en el sentido de que sea único y no haya tenido formas pasadas. Lo que vivimos ahora es en realidad una faceta de las relaciones interculturales, de poder y de intercambio. Sin ser propiamente el primero pero si de los periodos históricos más significativos, encontramos el helenismo. Cuando Alejandro Magno conquistó gran parte del “mundo”, se dio ese momento de globalización, pues bien ese mundo era en sí el mundo conocido. La conquista griega comenzó el proceso de occidentalización al imponer formas estéticas, la reconfiguración de las relaciones clasistas, un idioma común (el koiné, una variante del griego), la creación de caminos entre pueblos y capitales, las “Alejandrías”.
Si bien las relaciones políticas y territoriales fluctuaron desde entonces, las bases se habían creado para procesos que vendrían después. Siguiendo una lógica parecida, el imperio romano expandió su territorio y su influencia. Cuando llegó la etapa cristiana, se procuró en parte esta expansión y sometimiento de ideas ante el otro. La dominación de un centro sobre otros por lo general provoca la fragmentación de un grupo, o en este caso, la de los centros religiosos cristianos que fueron creando sus propias variantes. El latín vulgar se fragmentó en las lenguas romances y los reinos se crearon. Sin embargo, occidente tendría un contraataque similar cuando medio oriente comenzó su expansión y cuya intencionalidad aunque diferente, era similar en ciertas imposiciones.
Con el descubrimiento de América, el mundo dio un giro drástico, pero aunque el intercambio con oriente fue fundamental, occidente expandió su territorio y, por consiguiente, su influencia. La imposición de clases, idioma, religión, estética y demás siguió la misma lógica de dominación. Cuando el cambio en el modo de producción feudal dio paso al capital y con ello la modernidad, las reglas nuevamente se reconfiguraron. Siendo Francia, Inglaterra y Estados Unidos los principales exponentes de la expansión de sí mismos, la conquista que en un inicio era territorial cambió después hacia una conquista económica, sin que la conquista territorial ni las imposiciones quedaran de lado.
Pero aunque el proceso de conquista o colonialismo existía, los problemas que traía la constante separación entre las naciones, especialmente las europeas, comenzaba a gestar una idea contraria, la de unión, un proceso inverso a lo que se había visto anteriormente. A finales del siglo XIX se crea la lengua esperanto, cuya intencionalidad principal era destruir esas fronteras entre los humanos, o por lo menos de los europeos en un inicio, los más próximos al espacio de Zamenhof, su creador. La lengua internacional se había creado, aunque la lingua franca koiné o el latín en realidad ya habían jugado un papel muy importante en la historia.
Pero esa lingua franca en realidad era dominada por el francés, el alemán y especialmente el inglés. El fracaso de unión fue visto especialmente en las dos guerras mundiales, donde los intentos de dominación hegemónica se conjuntaron. Curiosamente, el ciclo vuelve a tomar velocidad y al final de tal punto de quiebre, la idea de unión renace y devendría con el tiempo en la Unión Europea. Pero los inicios de la UE en realidad comenzaron con tratados de ayuda económica entre naciones. Posteriormente, otros países reproducirían la idea al crear bloques económicos. Sin embargo, la historia particular de cada uno va creando una serie de relaciones diferentes.
La idea de unión en realidad ha sido una herramienta muy interesante que el poder tiene para expandirse. Al abrir las fronteras, aunque estas no sean físicas o territoriales, la economía y la identidad de los grupos se van mezclando entre sí. Pero no deja de lado la cuestión de la dominación. No es curioso que el proyecto mundial, o al menos el del mundo occidental, esté dictado por un idioma inglés, una economía neoliberal y una estética propia de los países angloparlantes. El mercado está asegurado si se ingresa bajo esas reglas, la única diferencia con la cuestión premoderna es que uno es libre de decidir seguirla o no, pero es muy seguro que si no se sigue el fracaso es casi inevitable.
La vida cotidiana, aquella de la cual tanto hablo, está configurada por ese espacio-tiempo actual, que mantiene una historia y una dirección futura, en una localización ambigua ante la confusión de escalas que este proceso de globalización actual ha creado. La abertura de fronteras en realidad es la creación de otras, de las cuales tendremos que ser muy imaginariamente sociológicos en descubrir.
El fenómeno que conocemos como globalización no es algo que sea presente en el sentido de que sea único y no haya tenido formas pasadas. Lo que vivimos ahora es en realidad una faceta de las relaciones interculturales, de poder y de intercambio. Sin ser propiamente el primero pero si de los periodos históricos más significativos, encontramos el helenismo. Cuando Alejandro Magno conquistó gran parte del “mundo”, se dio ese momento de globalización, pues bien ese mundo era en sí el mundo conocido. La conquista griega comenzó el proceso de occidentalización al imponer formas estéticas, la reconfiguración de las relaciones clasistas, un idioma común (el koiné, una variante del griego), la creación de caminos entre pueblos y capitales, las “Alejandrías”.
Si bien las relaciones políticas y territoriales fluctuaron desde entonces, las bases se habían creado para procesos que vendrían después. Siguiendo una lógica parecida, el imperio romano expandió su territorio y su influencia. Cuando llegó la etapa cristiana, se procuró en parte esta expansión y sometimiento de ideas ante el otro. La dominación de un centro sobre otros por lo general provoca la fragmentación de un grupo, o en este caso, la de los centros religiosos cristianos que fueron creando sus propias variantes. El latín vulgar se fragmentó en las lenguas romances y los reinos se crearon. Sin embargo, occidente tendría un contraataque similar cuando medio oriente comenzó su expansión y cuya intencionalidad aunque diferente, era similar en ciertas imposiciones.
Con el descubrimiento de América, el mundo dio un giro drástico, pero aunque el intercambio con oriente fue fundamental, occidente expandió su territorio y, por consiguiente, su influencia. La imposición de clases, idioma, religión, estética y demás siguió la misma lógica de dominación. Cuando el cambio en el modo de producción feudal dio paso al capital y con ello la modernidad, las reglas nuevamente se reconfiguraron. Siendo Francia, Inglaterra y Estados Unidos los principales exponentes de la expansión de sí mismos, la conquista que en un inicio era territorial cambió después hacia una conquista económica, sin que la conquista territorial ni las imposiciones quedaran de lado.
Pero aunque el proceso de conquista o colonialismo existía, los problemas que traía la constante separación entre las naciones, especialmente las europeas, comenzaba a gestar una idea contraria, la de unión, un proceso inverso a lo que se había visto anteriormente. A finales del siglo XIX se crea la lengua esperanto, cuya intencionalidad principal era destruir esas fronteras entre los humanos, o por lo menos de los europeos en un inicio, los más próximos al espacio de Zamenhof, su creador. La lengua internacional se había creado, aunque la lingua franca koiné o el latín en realidad ya habían jugado un papel muy importante en la historia.
Pero esa lingua franca en realidad era dominada por el francés, el alemán y especialmente el inglés. El fracaso de unión fue visto especialmente en las dos guerras mundiales, donde los intentos de dominación hegemónica se conjuntaron. Curiosamente, el ciclo vuelve a tomar velocidad y al final de tal punto de quiebre, la idea de unión renace y devendría con el tiempo en la Unión Europea. Pero los inicios de la UE en realidad comenzaron con tratados de ayuda económica entre naciones. Posteriormente, otros países reproducirían la idea al crear bloques económicos. Sin embargo, la historia particular de cada uno va creando una serie de relaciones diferentes.
La idea de unión en realidad ha sido una herramienta muy interesante que el poder tiene para expandirse. Al abrir las fronteras, aunque estas no sean físicas o territoriales, la economía y la identidad de los grupos se van mezclando entre sí. Pero no deja de lado la cuestión de la dominación. No es curioso que el proyecto mundial, o al menos el del mundo occidental, esté dictado por un idioma inglés, una economía neoliberal y una estética propia de los países angloparlantes. El mercado está asegurado si se ingresa bajo esas reglas, la única diferencia con la cuestión premoderna es que uno es libre de decidir seguirla o no, pero es muy seguro que si no se sigue el fracaso es casi inevitable.
La vida cotidiana, aquella de la cual tanto hablo, está configurada por ese espacio-tiempo actual, que mantiene una historia y una dirección futura, en una localización ambigua ante la confusión de escalas que este proceso de globalización actual ha creado. La abertura de fronteras en realidad es la creación de otras, de las cuales tendremos que ser muy imaginariamente sociológicos en descubrir.
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